viernes, 21 de marzo de 2014

Vida sexual y drogas

No es raro que aparezca en la consulta sexual la pareja que está frisando los cuarenta y en la que uno u otro (raramente ambos) se quejan de que sus deseos sexuales se han aminorado en forma llamativa, y aunque en el fondo admitan (admisión que es del todo incorrecta) que ello es “efecto natural de los años”, les parece demasiado temprano. El consultado ingenuo suele embarcarse en un planteo crudamente sexológico: que el tedio o desgaste de la pareja…; que la vida afectiva…; que hay otros personajes reales o potenciales … Pero, mucho más a menudo de lo que fuera de desear, el problema es más simple y … también más complicado. Es éste el lugar de decir, como prevención general, que todo problema sexológico debe ser encarado tan sólo luego de un cuidadoso estudio de la higiene física y mental de la pareja y también (nunca se lo repetirá bastante) que no debe admitirse una consulta sexológica individual; siempre, es lógico, que haya pa9217_190082016647_7352761_nreja estable. Una paciente y minuciosa investigación sobre los hábitos de cada uno suele llevar a una conclusión tan simple como desconcertante: uno de los personajes… es drogadicto. No hay que alarmarse por la palabra, que parece tremenda; no se trata de quien fuma marihuana u opio o aspira cocaína o se inyecta morfina, sino de lo que podríamos llamar la drogadicción larvada, que tal vez sea mucho más grave que la otra en cuanto no es advertida como tal sino, por el contrario, admitida como práctica natural y corriente. Y vamos al ejemplo que cualquiera puede reconocer en sí mismo o en su inmediato alrededor, si observa con atención.

Ya es la señora quien, a causa de una jaqueca crónica con repuntes periódicos, es consumidora habitual de calmantes que ingiere en forma regular a su propio arbitrio, según regule por sí misma el efecto; otra vez se trata de algún “alérgico” que consume comprimidos o jarabes con antihistamínicos porque se le congestiona la nariz o los ojos o padece urticarias caprichosas y persistentes. Suele también tratarse de quien no puede dormir sin el somnífero que toma hace años y del que el prospecto asegura temerariamente “que induce al sueño natural”. En ocasiones se trata de estimulantes a base de aminas despertadoras que en el ánimo del sujeto no se contradicen con el calmante. No es raro que, para sedar una tos nerviosa, él o ella tomen gotas “de probada eficacia”. Los ejemplos pueden multiplicarse, pero estoy seguro de que el lector o la lectora reconocerá a alguno en ellos, tal vez a sí mismo o a su “partenaire”. No puedo dejar de mencionar al fumador habitual nicotinadicto, de veinte o treinta cigarrillos diarios, que ignora (o finge ignorar) que el tabaco es un activo veneno arterial y consecuentemente circulatorio, o el alcohólico social que no puede prescindir de su par de vasos de whisky o, lo que es muchísimo peor, de sus varios copetines diarios; claro está que no llega nunca a experimentar al menor síntoma de embriaguez (él saber beber), pero el organismo sabe que está impregnándole de una intoxicación crónica que poco a poco se hace invencible. A veces la intoxicación no es viciosa sino laboral; quienes trabajan todo el día con gasolina aspiran de continuo vapores de plomo de intensa agresividad neurológica; otro tanto puede decirse de quienes manejan baterías, pinturas o cualquier otro tipo de tóxicos volátiles.

Todo ello repercute casi inevitablemente en la reflexividad sexual y en el equilibrio neurovegetativo. Cualquier sexólogo con experiencia sabe que muchísimas veces basta desintoxicar al paciente para que éste recobre su brío sexual. Claro está que no se debe simplificar el asunto tomándolo en forma unilineal.

Quienes acuden de modo regular a los calmantes, sedantes, estimulantes, equilibradores y toda la gama de sustancias con nombres imaginados para designar a los psicolépticos, son como regla individuos que han llegado a eso por una pésima higiene general, que viven en medio de tensiones que no pueden o no saben manejar y que actúan concomitantemente con la droga que pretende ayudar, constituyéndose así un círculo vicioso en el que la causa se vuelve efecto en acción reverberante; la totalidad del fenómeno se produce en un confuso planteo de mala higiene física y mental. En ese caso la decadencia sexual es el reflejo denunciatorio de un problema vital.

En definitiva, el sexo es, por decirlo con lenguaje figurado, el sismógrafo del estilo de vida.

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