lunes, 24 de marzo de 2014

El niño solitario

Ahora que todos tienden a vivir en comunidad, ahora que los escolares no sólo juegan juntos en el recreo, sino que estudian y leen juntos, y juntos hacen los deberes en casa, él rechaza esa alegre y saludable compañía y se pasa horas y horas leyendo y fantaseando, encerrado en su habitación.

El niño solitario

La influencia familiar

Y, sin embargo, debería preguntarse qué parte de responsabilidad tiene ella en la extraña conducta del hijo. Porque una cosa es indudable: el niño no nace solitario, se hace. Y uno de los factores determinantes es la herencia. No es que haya un cromosoma especial de la soledad, trasmisible de padres a hijos. Pero existen parejas encerradas en sí mismas, tímida ella y timorato él, cansados del trabajo, deseosos, a la noche, de reposar y no ver a nadie, porque consideran que todos los amigos son frívolos, fastidiosos e interesados y, sobre todo, el esposo tiene a todos los parientes por insoportables. Moraleja: prefiere estar en paz. Si telefonea alguien, antes de que se levante el tubo ya se defiende: “¡No estoy para nadie!” Todas estas cosas no pasan inadvertidas a los niños, ni siquiera a los más pequeños. Y el rechazo al prójimo se transmite, así, de padre a hijo, insensiblemente.

La infancia de la madre

La que más sufre viendo a su hijo siempre encerrado en su cuarto es la tímida crónica, la que quisiera tener muchas amigas pero nunca pudo realizar su deseo. Víctima de una educación severísima, ha crecido encerrada en la familia torturada por el deseo nunca satisfecho de salir con gente de su misma edad. Había jurado educar a sus hijos de otra manera y ahora quisiera hacerlo, pero advierte azorada que el niño no está a gusto con chicos de su edad, porque es demasiado sensible, retraído, incapaz de expresarse. Pareciera que viviendo con ella, hubiese aspirado el bacilo de la soledad. ¿Qué hacer ahora?

Las mujeres que fueron niñas solitarias y son madres tímidas pueden comprender mejor la tristeza de crecer sin intercambios con gente de la misma edad. Y por eso es que deben hallar la fuerza que no tuvieron para con ellas mismas y ayudar a sus hijos a franquear esa especie de abismo que los separa de los otros. Deben hacerlo porque hoy en día la pedagogía, como también la psicología y la sociología, asigna una enorme importancia a las relaciones interpersonales. Fijémonos en la escuela: el niño aprende del maestro sólo en parte, el resto de su evolución se verifica gracias a sus compañeros, cuyos progresos o retrasos observa constantemente. En virtud de esta relación e influencia puede sentirse arrastrado por ellos o experimentar el deseo de rechazarlos.

¿Es suficiente con una familia feliz?

En el continuo intercambio con los demás se clarifican las ideas, los temores, las dudas, las incertidumbres, las esperanzas. Vale decir: todo lo que pide ser expresado. ¿Y con quién hacerlo sino con personas de la misma edad, que atraviesan por las mismas dificultades y son, por lo tanto, las más apropiadas para entender? Se ha hablado mucho de la cerrazón entre generaciones. Por más que los contrastes atraigan, la comprensión sólo puede venir de alguien semejante a nosotros. Pero una persona adulta ya está en otra parte cuando nosotros somos jóvenes. Es cierto que las madres “renacen con los hijos”. Pero eso es verdad hasta cierto punto y no siempre se lo logra. Sólo hay una solución: tomar a los hijos de la mano y llevarlos afuera, a vivir con los otros. Una familia feliz se abre a la sociabilidad. Sin embargo alienta en ella un absurdo contrasentido: en una familia feliz los hijos pueden estar bien, durante un tiempo, sin extraños, pero precisamente porque el medio es feliz no aparece esa necesidad. En la familia desdichada, en cambio, la única salida puede estar representada por la socialización, o sea el entablar nuevas amistades, nuevas simpatías que compensen la agresividad del padre o el tedio de la madre. Pero de la familia infeliz es muy difícil salir, porque ella misma lo prohíbe: “Vuelve temprano; tus amigos los elegiremos nosotros; eres muy chico para decidir solo; no puedes invitar a tus amigos sin avisar, sin pedir permiso, ya sabes que ensucian la casa y molestan a tu papá, además ésta no es tu casa”.

Llegamos así al hecho de la “propiedad” de la casa. En la familia feliz, pertenece a todos los miembros y cada uno tiene derecho a llevar a las personas que le resultan más simpáticas o interesantes. En la familia desdichada sucede lo contrario: se odia la propia edad, se ansia crecer para tener, finalmente, amigos y amigas. Nuestra infancia es la única edad adecuada no sólo para aprender a caminar y hablar, sino para desarrollar nuestra conducta social. Si uno quisiera aprender a hablar a los veinte años tropezaría con enormes dificultades. Y lo mismo puede decirse de quien ha vivido solo y ¡a los veinte años! Quiere empezar a acercarse a los otros. Este acercamiento consiste en gestos y expresiones que deben hacerse automáticos, que no deben inhibir ni ruborizar.

Para un niño habituado a decir “Ven a mi casa, mi mamá hace unas tortas riquísimas”, formular una invitación en la edad adulta no representará un problema. Pero el niño que jamás ha dicho esas frases, cada vez que tenga que llamar a sus amigos se sentirá afiebrado, actuará sin naturalidad, temeroso de equivocarse y de hacer todo al revés.

Para el niño solitario, el mundo se comprime entre los dos polos que son papá y mamá. Necesitará de su protección mucho más tiempo, se sentirá disminuido para encarar problemas prácticos de la vida, y por sobre todas las cosas el complejo de Edipo lo sofocará mucho más que a los otros niños. A los tres o cuatro años un chico debe encariñarse con otras personas; ante un mundo variado, que cambia a cada momento, ofrecerle dos únicos modelos, el materno y el paterno, sólo puede conducir a la frustración.

La importancia de los otros

Por eso no hay que alegrarse demasiado si el niño ocupa sus horas de soledad leyendo o estudiando. Que quede claro para todos que de los libros nos viene sólo una pequeña parte de todo lo que podemos aprender. El resto viene de los otros, de nuestros compañeros de viaje por esta tierra. Y cuanto antes aprendamos los rituales en que se basa este viaje, más grato lo haremos. Aprenderemos a expresarnos, a pedir disculpas, a ser amables, a hacer favores y pedir ayuda. A no sentirnos solos, a trabajar con los otros sin demasiado sentido competitivo y sin la ambición constante de poner por encima de todo nuestro yo. Tendremos alguien con quien desahogar nuestra agresividad y en quien volcar nuestros afectos. Recuerden los padres posesivos que no es muy simpático funcionar de perpetuo “puching-ball” sentimental para los hijos. Que aprendan a rechazar y amar a otros. Y si son solitarios, enseñémosles con amor y paciencia el camino hacia el prójimo. Exactamente como les enseñamos tanto otras cosas: a caminar y a comer. Si ellos no se acuerdan de invitar a sus amiguitos, hagámoslo nosotros. Organicemos juegos para que intervengan todos, en los que nadie se sienta excluido.

Con las madres que tengan hijos de la misma edad que los nuestros, pongámonos de acuerdo para llevarlos junto a la clase de gimnasia o al club. Si alentamos a los niños a hacerse mutuamente pequeños favores y regalos y a intercambiar libros y discos, desde su más temprana edad, cuando lleguen a la escuela primaria el problema estará resuelto.

El médico y el dentista tus mejores amigos

Hay una mezcla de prevenciones, temores y desidia, que de los adultos se transmiten a los niños y que cuando hay que llevar a éstos al profesional, resulta difícil convencerlos.

Cuántas veces hemos oído a una madre, que para aplacar los caprichos del hijo, le dice “Si no te callas, llamo al doctor y le digo que te ponga una inyección” ¡Con cuánta frecuencia padres incautos manifiestan su terror al dentista en presencia del niño, sin darse cuenta de que así comprometen la futura relación del niño con el profesional que ha de curarlo! De esta manera sólo se consigue que el médico se convierta en un ogro y el dentista en una mala persona, que se divierte lastimando a quien va a su consultorio.

El médico y el dentista tus mejores amigos

El niño es un ser confiado y dispuesto a creer todo cuanto usted le diga; depende entonces de su habilidad hacer de él una persona consciente de la importancia que tienen en su vida todos aquellos que pueden mejorar su salud física.

Por eso, cuando el pediatra viene a visitarlo, recíbalo alegremente y no se muestre agresiva aunque su hijo tenga mucha fiebre. Si de buena gana se echaría a llorar a la llegada del médico, a causa de la tensión nerviosa, trate de contenerse, pensando que de su serenidad depende la instauración de una relación de confianza entre el niño y el médico, que durará toda la vida.

Si su hijo se niega a abrir la boca para la exploración de la garganta, pídale al médico que le mire su propia garganta, con lo cual tranquilizará al niño. Cuando el médico se ha ido, demuestre su alegría por poder finalmente hacer algo para eliminar el mal que lo afligía. Si el niño tiene por lo menos un año y medio, cuéntele que el doctor ha leído muchos libros para aprender a curar a grandes y chicos y explíquele que hay que escuchar muy bien todo lo que dice. A un niño más grande, pídale colaboración para recordar todo lo que el médico ha indicado, para él o para el humano más pequeño.

Si tienes dudas, expréselas telefónicamente al médico y coméntelo con su marido, pero nunca en presencia del niño la duda suya en él se hará temor. Como regla, la mamá y, si es posible el papá, estarán junto al chico en tales trances; las pequeñas operaciones deben ser practicadas estando el niño sobre la falda materna.

Las inyecciones

Es muy probable que usted o alguno de la familia necesite darse inyecciones. En este caso, reciba a la enfermera sonriendo y explíquele tranquilamente al niño cómo se da una inyección y que ésta es indispensable para sentirse bien.

Aun en el caso de que esté aterrada, no muestre ante su hijo esa debilidad; simule hallarse serena y calmada, y no deje traslucir sus miedos.

Los exámenes radiográficos y radioscópicos

Si el niño requiere un examen radiográfico o radioscópico, prepárelo anímicamente una hora o dos antes de salir de casa. Dígale que el médico le sacará una foto de la pancita para ver si todo funciona bien; mientras lo viste, cuéntele que irán en colectivo o en automóvil a un lugar nuevo, donde hay médicos y enfermeras vestidos de blanco, que están en los sanatorios u hospitales para curar a las personas enfermas.

Háblele con naturalidad y franqueza, sin acentos dramáticos, y no se extienda demasiado. Puede que alguna vez tenga que ir a un hospital a sacarse las amígdalas, por ejemplo, y por lo tanto conviene que tenga una imagen apacible de estos lugares.

El dentista

Esto vale también para el dentista, de quien buena parte de la humanidad tiene aún una especie de terror, completamente injustificado en nuestros días.

Su consigue establecer una relación de confianza entre el niño y el dentista, usted también saldrá beneficiada; aprenderá poco a poco a eliminar esas expresiones de terror que precedían a sus visitas al profesional. Y si, de todos modos, cree que no podrá mostrarse fuerte y valiente durante una sesión que requiere un uso prolongado del torno y otros instrumentos, apele a un subterfugio: la primera vez que vaya al consultorio del dentista con su hijo haga una especie de cita ficticia. Póngase de acuerdo con él, explicándole que esa visita servirá únicamente para presentárselo al niño, que tarde o temprano también deberá recurrir a sus servicios. Hágase controlar la dentadura, y dígale a su hijo que ese señor de guardapolvo blanco es el doctor de la boca, así como el otro médico cura el cuerpo. Esta visita de presentación es muy importante, el primer dolo de diente del chico puede surgir de improviso y, en el momento del ataque, es bastante difícil lograr que acepte tranquilamente una cara nueva e instrumentos desconocidos. En estos casos, es necesario contarle por lo menos al pequeño un cuentito que le haga desear ir a ver a ese señor. Dígale, por ejemplo, que se le ha incrustado una piedrita en el diente y le provoca dolor, tal como le ocurrió a usted aquella vez. Dígale también que no se preocupe, que el dentista posee aparatitos especiales para extraérsela, cesando así el dolor. Trate de tranquilizarlo contándole también que el hijo de una amiga suya estuvo allí hace poco tiempo y que el dentista le sacó un dolor tan grande como el suyo.

Compréndalo. Dígale también, sin subrayar que puede ser un premio que se demoran poco tiempo en lo del dentista, después irán a la juguetería.

Para terminar, subrayaremos una vez más la gran importancia de presentarle al niño, con anticipación, tanto al médico como al dentista, para evitar que, en el momento crítico, constituyan motivo de traumas o miedos.

viernes, 21 de marzo de 2014

El vómito recurrente (vómito acetonémico)

El término “vómito acetonémico” ha entrado ya en el lenguaje común para indicar el de carácter recurrente, típico de la infancia, que va acompañado de acidosis del organismo.

vómito recurrente

Está hoy definitivamente establecido que dicho trastorno constituye un cuadro típicamente psicosomático que se expresa en esa forma, pero cuyo fondo lo constituyen las crisis de angustia. El hecho de que sea independiente de cualquier lesión orgánica, y que ataque de preferencia a los niños emotivos o particularmente excitables, ha inducido a la mayoría de los estudiosos a considerarlo como signo de un equilibrio inestable del sistema nervioso vegetativo. Es raro, en efecto, que un chico tranquilo, de carácter apacible, sufra de vómito recurrente; se presenta casi siempre en niños hiperexcitables que se emocionan fácilmente, y que, aun en condiciones de pleno bienestar, se advierten por la palidez, sudoración o leves trastornos digestivos.

Causas del vómito recurrente

Podría decirse que en la infancia es una consecuencia al par de una expresión del carácter. No pocas veces es dable comprobar que en la familia de un niño que padece de vómito acetonémico los hermanos han sufrido el mismo trastorno y sus propios padres presentan esporádicos malestares, típicamente ligados a una particular inestabilidad del sistema vegetativo, como, por ejemplo, cefaleas, digestiones largas y difíciles, cardiopalmos, sudores abundantes. A veces es precisamente esa atmósfera de tensión que suele reinar en las familias de este tipo, la que contribuye a la aparición de estos trastornos, cuando no es directamente la causa desencadenante. Los niños así constituidos soportan mal el ayuno, aunque sea de breve duración, y una dieta irregular, demasiado rica en grasas y relativamente pobres en sustancias azucaradas desencadena fácilmente en ellos una crisis de vómito recurrente. Además de los desórdenes alimenticios, las causas que precipitan las crisis del vómito pueden ser las enfermedades febriles, la fatiga excesiva, los cambios de clima, las emociones fuertes, la crisis de cólera, o bien como a veces sucede, nada de todo esto. Pero lo más importante es el fondo ansiógeno del clima familiar. El vómito acetonémico es una enfermedad no bien definible, y dotada de una singular individualidad; podría decirse que cada niño sufre de una particular crisis de acetona.

Tales crisis se repiten con frecuencia variable de un niño a otro; dos, tres, cinco veces por año. No se dan nunca en el lactante, y desaparece poco antes del comienzo de la pubertad.

Muy a menudo, luego de unos días de desgano, escaso apetito, humor inestable, comienza la crisis con un abundante vómito, generalmente después del desayuno. A este episodio siguen otros; el material vomitado es el primero mucoso y luego acuoso y de color amarillo verdoso por la presencia de bilis. Cualquier congestión de alimentos, a veces un sorbo de agua, desencadena el vómito o provoca conatos de él con contracciones espasmódicas del estómago.

El niño no puede comer nada y, aunque está sediento, tampoco puede beber sin vomitar. Yace en un profundo estado de postración, sufre dolores de cabeza, de estómago y de vientre, debido a las violentas contracciones de la musculatura, ya sea de las vísceras como de la pared abdominal. Tiene los ojos hundidos, la nariz parece más afilada, los labios y la lengua secos. En general, no hay fiebre, a menos que la crisis se haya desencadenado por una enfermedad aguda febril.

A raíz de la presencia de acetona que se forma en el organismo en cantidad excesiva, y que es eliminada a través de los pulmones con el aire espirado, el aliento adquiere un olor ácido especial, semejante a la acetona que se usa para quitar el esmalte de las uñas. Durante la crisis, y unos días después, los cuerpos cetónicos, la acetona entre ellos, están presentes en la orina, donde pueden ponerse en evidencia mediante pruebas de laboratorio, o más simplemente en casa, usando tiras de papel especialmente separadas, a ese efecto que, al mojarse con unas gotas de orina que contiene acetona, cambian muy visiblemente de color. La crisis de vómito, al comienzo preocupante y a menudo dramática, desaparece en general a las veinticuatro horas sin dejar huellas. El niño deja de vomitar y casi de repente se siente mucho mejor, quiere comer, y sobre todo beber, y en pocas horas, al cabo de un sueño tranquilo, se recupera perfectamente.

Tratamiento del vómito recurrente

La terapia de las crisis de vómito acetonémico es muy simple, y se basa en la corrección del momentáneo desequilibrio de la transformación de los azúcares en el organismo: basta suministrar al niño agua y azúcar. Es suficiente una cucharadita de café de agua azucarada cada media hora, para evitar el estímulo actual del vómito incoercible.

Cuando el vómito se produce, es absolutamente inútil tratar de suministrar algo por vía oral; en cambio, pueden ser beneficiosas pequeñas enemas de un cuarto litro de solución salina mezclada en partes iguales con una solución de glucosa al 10%. Se corrigen así las pérdidas de agua y de sales y se devuelve el nivel normal al valor de la glicemia la cantidad de glucosa presente en la sangre, que en estos casos está casi siempre disminuido (hipoglicemia).

Durante la crisis de vómito acetonémico, junto a la cetosis está generalmente presente la hipoglicemia ya que la alteración constitucional que se verifica en el niño en el momento del ataque consiste en una excesiva reacción del organismo a falta de azúcares.

Por estos motivos es que la terapia para este trastorno se funda esencialmente en la administración de soluciones azucaradas; para la profilaxis se aconseja una dieta rica en carbohidratos y pobre en grasa, sobre todo frituras.

Otra precaución siempre válida es no tener nunca a los chicos en ayunas por mucho tiempo; incluso cuando están enfermos y nada les despierta el apetito, es siempre ventajoso, y en general aceptado con agrado, suministrar té o jugos de fruta bien azucarados.

La caries y la alimentación

La mayoría de las personas se preocupa de su salud o de los órganos que componen su cuerpo sólo cuando su función se ve comprometida provisional o definitivamente. Y puede afirmarse que, de todos nuestros órganos, los que más descuidamos son los dientes. Existen, es verdad, muchas personas que se hacen cDSC04237 (480x640)ontrolar periódicamente o llevan a sus hijos al consultorio médico, pero no al del dentista, al que se va, por lo general, cuando es tarde o cuando el dolor es más fuerte que … el miedo.

En cuanto a los niños, hay una creencia generalizada de que no deben cuidarse los dientes de leche, por la sencilla razón de que serán reemplazados por los dientes definitivos. Esta suposición es errónea; los dientes de leche revisten su importancia, entre otras cosas, para “abrir paso” correctamente a los que vendrán después. Si los dientes definitivos encuentran una boca llena de caries corren el peligro de cariarse también.

Anatomía dental

Como siempre, para facilitar la comprensión de la patología dentaria, y en particular la caries, daremos unas nociones elementales de anatomía. El diente, independientemente de su forma y función (incisivos, caninos, molares), está formado por varias capas superpuestas, muy distintas entre sí. Si hiciéramos un corte longitudinal de un diente, veríamos hacia el exterior una capa superficial, que otorga el característico brillo al diente, y que se denomina esmalte. Más profundamente hallamos la dentina, un tejido muy semejante al hueso. La dentina envuelve totalmente la pulpa dental, en la cual, pasando a través de un orificio en correspondencia con el ápice de la raíz, se hunde la última terminación de un nervio sensitivo que conduce los estímulos dolorosos del diente al cerebro, o sea de la periferia al sistema nervioso central. Buena parte del diente está sólidamente soldada y encajada en el alvéolo dental de la mandíbula mediante una o más raíces. Si las raíces son múltiples, las ramificaciones nerviosas también serán más de una, como sucede por ejemplo en los molares. La parte que asoma fuera de la encía toma el nombre de corona y presenta una o más cúspides, según la función del diente (cortar, desgarrar, triturar).

Anatomía dental

Antes de hablar de la caries propiamente dicha, debemos tomar en consideración algunas afecciones menores de los dientes infantiles, que a menudo se confunden con la caries, cuando en realidad son otra cosa.

Por ejemplo, con mucha frecuencia el esmalte de los dientes de leche está sujeto a un desgaste precoz, debido a lo cual los dientes se ven mutilados, poco relucientes, más frágiles que lo normal, y de color amarillento. En el origen de esta afección está una anormal debilidad del esmalte. Lógicamente, en un diente tan disminuido, la caries puede atacar con más facilidad que en un diente normal, pero se trata entonces de un proceso secundario. Incluso cuando el esmalte permanece íntegro, los dientes infantiles pueden asumir coloraciones particulares. Por ejemplo, cuando por distintos motivos el recién nacido o el pequeño lactante ha sido tratado con un antibiótico mediante tetraciclinas, los dientes, ya desde el momento de su aparición, presentan un color amarillento típico varios antibióticos tienen la capacidad de alterar el color de los dientes.

Los lactantes anémicos, que han sido tratados imprudentemente con remedios que contienen hierro, también pueden presentar dientes con manchas negras que no tienen nada en común con las caries.

Las caries

Para poder establecer una relación clara entre la caries dental y el tipo de alimentación seguido en la crianza de un niño, habría que conocer con absoluta certidumbre las causas de la aparición de la caries. Desgraciadamente esto no es posible, y sólo pueden formularse algunas teorías más o menos convincentes.

Muy probablemente el esmalte del diente es atacado por algunos gérmenes particulares que viven y se reproducen normalmente en la cavidad bucal, como por ejemplo el lactobacilo acidófilo. Sigue sin explicación por qué muchos niños y gran número de adultos, si bien son portadores de estos microorganismos, son inmunes a la caries; por consiguiente, hay que admitir que el origen de la caries es imputable, al menos en parte, a una debilidad constitucional de los dientes en ciertos individuos.

Por el contrario, está demostrado que los lactobacilos, y muchos otros bacilos responsables de la caries, se desarrollan bien cuando entre diente y diente, o entre cúspide y cúspide del mismo diente, permanecen mucho tiempo (sobre todo por la noche) fragmentos de comida. En otras palabras, es significativo el hecho de que las localizaciones más frecuentes de las caries coinciden con los lugares en que, faltando una adecuada higiene bucal, el alimento tiende a depositarse más fácilmente. Los lactobacilos hallan su mejor terreno de cultivo en los alimentos ricos en azúcares solubles, y éste es el motivo por el cual pediatras y dentistas predican continuamente no dar demasiadas golosinas a los niños especialmente las gomas dulces de masticar.

El tratamiento

Ante todo, siempre conviene hacer revisar periódicamente la dentadura del niño por un buen dentista con experiencia pediátrica (y paciencia). En caso de que la caries se descubra demasiado tarde, vale la pena curar el diente de leche como si fuera permanente, para evitar en lo posible la extracción. Los niños pequeños, que de alguna manera aceptarán el torno, pueden ser sometidos a una ligera y muy fugaz anestesia general, que normalmente no presenta ningún inconveniente y permitir curar el diente cariado sin hacer sufrir al pequeño paciente. Suministrar calcio y vitamina D cuando los dientes ya han sido afectados por las caries no tiene sentido. A lo sumo servirá para reforzar los dientes permanentes que aún no han salido y aún ello es dudoso. Últimamente se ha observado que los habitantes de las regiones donde el agua es rica en sales de flúor presentan bajísimos porcentajes de dientes cariados. Por ese motivo, las autoridades sanitarias de muchos países agregan al agua potable estos útiles minerales, con resultados muy discutibles en la prevención de las caries.

Hasta los tres años (después de esta edad el niño debe acostumbrarse a cepillarse y enjuagarse cuidadosamente los dientes después de cada comida), al menos en teoría, el pequeño no debería recibir azúcar (caramelos y similares) fuera de las comidas principales; pero “del dicho al hecho… hay mucho trecho”, como bien dice el proverbio. Casi no hay mamá o papá que no sea demasiado indulgente cuando se trata de halagar el gusto de sus pequeños glotones.

Vida sexual y drogas

No es raro que aparezca en la consulta sexual la pareja que está frisando los cuarenta y en la que uno u otro (raramente ambos) se quejan de que sus deseos sexuales se han aminorado en forma llamativa, y aunque en el fondo admitan (admisión que es del todo incorrecta) que ello es “efecto natural de los años”, les parece demasiado temprano. El consultado ingenuo suele embarcarse en un planteo crudamente sexológico: que el tedio o desgaste de la pareja…; que la vida afectiva…; que hay otros personajes reales o potenciales … Pero, mucho más a menudo de lo que fuera de desear, el problema es más simple y … también más complicado. Es éste el lugar de decir, como prevención general, que todo problema sexológico debe ser encarado tan sólo luego de un cuidadoso estudio de la higiene física y mental de la pareja y también (nunca se lo repetirá bastante) que no debe admitirse una consulta sexológica individual; siempre, es lógico, que haya pa9217_190082016647_7352761_nreja estable. Una paciente y minuciosa investigación sobre los hábitos de cada uno suele llevar a una conclusión tan simple como desconcertante: uno de los personajes… es drogadicto. No hay que alarmarse por la palabra, que parece tremenda; no se trata de quien fuma marihuana u opio o aspira cocaína o se inyecta morfina, sino de lo que podríamos llamar la drogadicción larvada, que tal vez sea mucho más grave que la otra en cuanto no es advertida como tal sino, por el contrario, admitida como práctica natural y corriente. Y vamos al ejemplo que cualquiera puede reconocer en sí mismo o en su inmediato alrededor, si observa con atención.

Ya es la señora quien, a causa de una jaqueca crónica con repuntes periódicos, es consumidora habitual de calmantes que ingiere en forma regular a su propio arbitrio, según regule por sí misma el efecto; otra vez se trata de algún “alérgico” que consume comprimidos o jarabes con antihistamínicos porque se le congestiona la nariz o los ojos o padece urticarias caprichosas y persistentes. Suele también tratarse de quien no puede dormir sin el somnífero que toma hace años y del que el prospecto asegura temerariamente “que induce al sueño natural”. En ocasiones se trata de estimulantes a base de aminas despertadoras que en el ánimo del sujeto no se contradicen con el calmante. No es raro que, para sedar una tos nerviosa, él o ella tomen gotas “de probada eficacia”. Los ejemplos pueden multiplicarse, pero estoy seguro de que el lector o la lectora reconocerá a alguno en ellos, tal vez a sí mismo o a su “partenaire”. No puedo dejar de mencionar al fumador habitual nicotinadicto, de veinte o treinta cigarrillos diarios, que ignora (o finge ignorar) que el tabaco es un activo veneno arterial y consecuentemente circulatorio, o el alcohólico social que no puede prescindir de su par de vasos de whisky o, lo que es muchísimo peor, de sus varios copetines diarios; claro está que no llega nunca a experimentar al menor síntoma de embriaguez (él saber beber), pero el organismo sabe que está impregnándole de una intoxicación crónica que poco a poco se hace invencible. A veces la intoxicación no es viciosa sino laboral; quienes trabajan todo el día con gasolina aspiran de continuo vapores de plomo de intensa agresividad neurológica; otro tanto puede decirse de quienes manejan baterías, pinturas o cualquier otro tipo de tóxicos volátiles.

Todo ello repercute casi inevitablemente en la reflexividad sexual y en el equilibrio neurovegetativo. Cualquier sexólogo con experiencia sabe que muchísimas veces basta desintoxicar al paciente para que éste recobre su brío sexual. Claro está que no se debe simplificar el asunto tomándolo en forma unilineal.

Quienes acuden de modo regular a los calmantes, sedantes, estimulantes, equilibradores y toda la gama de sustancias con nombres imaginados para designar a los psicolépticos, son como regla individuos que han llegado a eso por una pésima higiene general, que viven en medio de tensiones que no pueden o no saben manejar y que actúan concomitantemente con la droga que pretende ayudar, constituyéndose así un círculo vicioso en el que la causa se vuelve efecto en acción reverberante; la totalidad del fenómeno se produce en un confuso planteo de mala higiene física y mental. En ese caso la decadencia sexual es el reflejo denunciatorio de un problema vital.

En definitiva, el sexo es, por decirlo con lenguaje figurado, el sismógrafo del estilo de vida.

Jugando al ama de casa

Los niños siempre quieren imitar las labores y hasta las actitudes de sus mayores. En realidad, están en el periodo del aprendizaje. ¿Cuál debe ser la conducta de los padres en tales ocasiones?

Los chicos no llegan todavía a la altura de la mesa, y ya quieren ver cómo preparar el guiso mamá. Apenas pueden sostener la escoba, pero no son felices y, aunque la empleen con torpeza, se sienten importantes porque imitan a su madre. Cuando ésta lava la ropa, allí están ellos con la esperanza de poder hacer lo propio. Es indudable que los pequeños adoran los quehaceres domésticos.

Jugando al ama de casa

Útiles experiencias

Planchar, lustrar, limpiar el polvo, etc., son todas las actividades que los entusiasman y que podrían absorberle muchas horas del día si los adultos se lo permitiesen. Y en esto, precisamente, queremos hacer hincapié; a veces es incómodo y fastidioso dejar que el niño trajine en la casa; ensucia, embrolla todo, no puede terminar bien un trabajo, hay que vigilarlo continuamente. Y sin embargo, si los padres supieran cuán útiles son esas experiencias, las favorecerían, permitiendo a sus hijos que desahoguen un deseo natural. Muchas veces los adultos no comprenden la necesidad que tienen los chichos de cimentarse en actividades domésticas. Si de tanto en tanto los dejan hacer, es sólo para evitar caprichos, llantos y gritos, y no porque hayan comprendido la importancia de esos juegos. Al cumplir determinadas acciones, los niños logran concentrarse, perfeccionan los movimientos y se habitúan a actuar como los grandes.

Todo pequeño éxito obtenido constituye para ellos motivo de orgullo y alegría, y un incentivo para hacerlo cada vez mejor. Dejemos que los niños nos imiten jugando; les procuraremos momentos placenteros y los ayudaremos a formar una personalidad armoniosa y equilibrada.

Desde luego, es preciso salvaguardar su integridad física con todos los medios a disposición. Ante todo, es aconsejable que los chicos vistan un delantal cómodo, provisto de un gran bolsillo en la delantera para guardar muchas cosas; encima del delantal, para algunas tareas (lavar, limpiar el piso, etc.), es conveniente poner un delantero de plástico, atado con cintas al cuello y a la cintura, para evitar que se mojen. Así ataviados, podemos entregar al pequeño los utensilios necesarios para los quehaceres domésticos.

Orden en los armarios

En un armario bajo se guardarán las escobas, escobillones, pala, plumeros, estropajos todo en formato reducido, para que el niño pueda utilizarlos. Si es un chico más grandecito (5/6 años), puede darle también todo lo necesario para lustrar zapatos (latas de pomada, cepillos, etc.) y el equipo para pulir metales. La niña recibirá con mucho agrado una caja con todo lo que hace falta para coser: agujas, hilos de distintos colores, tijeras de puntas redondas, botones, cierres relámpagos. Y no se asombre si el hermanito también quiere iniciarse en estos trabajitos típicamente femeninos. Al llegar a los cinco años, el gusto por dichas actividades desaparecerá, y los varoncitos se dedicarán seguramente a otros pasatiempos.

Jardinería y otras experiencias

Otra actividad muy apreciada por los niños es la jardinería. Consígales una regadera y un balde de agua. Dígales cuándo hay que regar las plantas y déjelos: lo harán a la perfección. La cocina es un ambiente que fascina a los niños. Algunos utensilios en especial llaman su atención: el batidor de mano, el exprimidor, el rallador, la moledora de café a mano. Cualquier niño será feliz con estos objetos. Consígaselos en dimensiones reducidas (¡pero que funcionen!) y permítale usarlos. No le cierre la puerta de la cocina; déjelo entrar y asígnele tareas fáciles.

Recuerde siempre este consejo: cuando le dé a su hijo un utensilio nuevo, muéstrele cómo usarlo. Hágalo con calma, repitiendo varias veces la demostración: así evitará que haga desastres.

Muéstrele siempre confiada en sus posibilidades. Si fracasa, no lo tete; al contrario, aliéntelo a que lo haga otra vez. Su aprobación lo incitará a mejorarse y progresar.

Paciencia y comprensión

Finalmente, tenga presente que es inútil regalarle a un chico artefactos eléctricos en miniatura, verdaderas joyas en el campo de los juguetes, si después no le permitirá usarlos como él quiere. No nos cansaremos de repetir que el niño debe poder utilizar sus propios juguetes como mejor le parezca; el temor de romperlos sofoca la espontaneidad de sus actos.

Hace falta paciencia y comprensión para enseñarles las tareas domésticas, pero las ventajas son muchas y la llenarán de satisfacción.

Último consejo: exija siempre que guarde los objetos después de usados. El hábito del orden, si se cultiva desde la primera infancia, perdurará toda la vida.

Enfermedades infecciosas durante el embarazo

Se ha discutido mucho si el embarazo es un estado que predispone a las enfermedades infecciosas, o sea que disminuye las defensas del organismo, o bien si determina mayor capacidad de defensa ante las agresiones microbianas.

Ambas teorías son erradas. La mujer embarazada tiene las mismas probabilidades de adquirir enfermedades infecciosas que si estuviera en condiciones normales.

Ante todo es preciso distinguir las enfermedades propias del embarazo (por ejemplo la hiperémesis y la gestosis), de aquellas que ocurren accidentalmente durante la gravidez, algunas de las cuales reciben una impronta particular precisamente a consecuencia del embarazo. Aquí nos ocuparemos en especial de las enfermedades infecciosas.

Enfermedades infecciosas durante el embarazo

Pero antes haremos algunas consideraciones de carácter general. Cuando la mujer embarazada se enferma, debe tener siempre presente que, no sólo su organismo, sino también el de su hijo sufre la misma enfermedad y a veces en forma mucha más seria. El feto puede resentirse directamente cuando los gérmenes no llega a superar el filtro placentario, pero el estado tóxico provocado en la madre por la enfermedad fatalmente repercute sobre las condiciones de salud, y a veces sobre la misma vida del feto.

Todo este preámbulo tiende a informar a las mujeres embarazadas de que la enfermedad, cuando están en cinta, es un peligro potencial para la salud y para la vida del feto, sobre todo en los primeros meses de gestación. Por consiguiente, sin caer en el drama, a la primera señal de enfermedad la mujer debe acudir al médico, haciéndole presente su estado. En efecto, algunos fármacos son muy dañinos para el feto y no pueden emplearse durante el embarazo; la toxicidad de un fármaco, depende varias veces de su dosis, más frecuentemente de su facultad de atravesar la placenta e impregnar al organismo del embrión o del feto.

Estas consideraciones deben poner en guardia a todas las mujeres encinta para que no tomen ningún remedio sin haber consultado al médico. Son especialmente peligroso los antibióticos en general los calmantes y sedantes.

De las enfermedades que pueden atacar el aparato respiratorio examinaremos por ahora la pulmonía y la tuberculosis.

La pulmonía y la tuberculosis

La pulmonía, a causa de la relativa dificultad respiratoria típica de la gravidez y la acentuada congestión sanguínea, puede presentar un curso más grave para la madre y provocar en algunos casos la interrupción del embarazo.

Hasta hace unos años, el problema de la tuberculosis durante el embarazo era muy serio, dada la frecuencia de dicha enfermedad y los escasos medios existentes para curarla. Se pensaba además que el bacilo de Koch, responsable del mal, lograba superar el filtro placentario, contagiando el feto. Ahora, en cambio, está demostrado fehacientemente que el bacilo de la tuberculosis no puede superar la barrera placentaria, y por lo tanto el niño nace sano. Pero se contagia al permanecer en contacto con la madre si ella es víctima de la enfermedad en ese momento y emisora de bacilos. No existe peligro si tuvo antes la tuberculosis y se halla perfectamente curada. Más aún, el embarazo es beneficioso para la evolución de la enfermedad y provoca una mejoría. El momento crítico en que sí puede verificarse un empeoramiento es el primer puerperio, que el médico debe seguir con atención. En todos los casos, la mujer que ha sufrido de alguna forma de tuberculosis, y con más razón si la padece en el momento del embarazo, no debe amamantar, salvo que haya sido una afección muy leve y fehacientemente curada muchos años atrás. Para concluir, una tuberculosis curada no contraindica de ninguna manera un embarazo, y ni siquiera, dentro de ciertos límites, una forma de tuberculosis activa, ya que los fármacos antituberculosos pueden suministrar tranquilamente durante la gravidez.

La sífilis

La sífilis durante el embarazo, en cambio, sigue siendo un problema grave, porque, después del cuarto mes, el germen logra atravesar la barrera placentaria e infecta irremediablemente el feto. Por este motivo el embarazo puede interrumpirse, o con señales evidentes de la enfermedad; otras veces nace aparentemente sano, pero no hay duda que está infectado.

Lamentablemente, la mujer no suele darse cuenta, al comienzo, de que ha contraído la enfermedad. Por esta razón, entre los análisis aconsejados para estimar el estado general de salud de una mujer en cinta se encuentra la reacción de Wasserman y toda una serie de análisis concernientes, que ponen en evidencia la posible infección. Por fortuna, las terapias modernas y una cuidadosa profilaxis han reducido notablemente en nuestros días el número de personas infectadas de esta grave enfermedad.