viernes, 21 de marzo de 2014

El renacer del amor en el matrimonio es no sólo deseable, sino posible

¿Es posible que un sentimiento que parece dormido y hasta definitivamente apagado vuelva a encenderse y florecer? He aquí un interrogante que no consiguieron resolver quienes adoptan una posición romántica ante la vida ni, tampoco, quienes se dejan dominar por el escepticismo.

Todo es posible en materia de sentimientos, y sobre todo de sentimientos de amor. Pero, teniendo en cuenta la experiencia, creemos que es muy difícil, por no decir imposible, que un amor muerto pueda resucitar; en cambio, es factible que un amor adormecido, o deteriorado por circunstancias y, también, la mentalidad, la madurez, la “manera de ser” de uno o ambos miembros de la pareja. Digamos desde ya que el amor, más o menos apasionado, puede renacer con más facilidad y probabilidades de éxito cuando los dos están casados; por el contrario, antes (o fuera) del matrimonio estos “retornos” son, generalmente, precarios y tienden a darle razón al proverbio “segundas partes nunca fueron buenas”. Tratemos de explicar esto mejor.

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Cuando entre un hombre y una mujer unidos sólo por el amor (y no por los muchos otros componentes del matrimonio, como las esperanzas, esfuerzos, hijos, preocupaciones, intereses comunes), cuando entre dos enamorados, nada más que enamorados, se enfría y se apaga el amor, desaparece el único alimento vital de la relación y se alejan cada vez más uno del otro, tomando por caminos moral y materialmente distintos.

Si luego, por azar o por voluntad de uno de ellos o de ambos, los caminos se reencuentran, es factible que los dos, más maduros, cambiados, se comprendan mejor, se vean con otros ojos y que el amor vuelva a unirlos; pero en este caso no se trata de “revivir” un amor sino de un sentimiento nuevo y distinto. Puede suceder también que el fuego renazca porque nunca estuvo realmente apagado sino comprimido por circunstancias adversas que ya no existen y que, finalmente (es el caso más frecuente, a nuestro entender), se trate de un renacer aparente, hecho más que nada de nostalgia, de añoranza de algo que fue bello y que ninguno de los dos puedo hallar en el nuevo camino; por eso, dos que vuelven a encontrarse y están solos tienden a retomar la senda perdida; pero en realidad como el amor-fuego (el amor que es también deseo, frenesí, embriaguez, poesía) es irrecuperable sólo los une una llamita-consuelo, que puede salvarlos de la soledad, sostenerlos el día de mañana en un matrimonio de afecto y de buena voluntad, pero puede también ser decepcionante y echar a perder, incluso, el recuerdo de lo que un día fue hermoso y avasallador. En consecuencia: atención con los amores que renacen. Son posibles, en cualquier forma de vida sentimental.

Procure comprender, sin ilusionarse, qué hay realmente en la base de este nuevo amor. Si se trata de un sentimiento auténtico y sólido, todo irá bien y probablemente no sufrirá desencantos; si, en cambio, es una apariencia hueca producida por la fatiga de la soledad, a la cual se aferra por comodidad o por nostalgia, o por miedo a la soledad, tenga mucho cuidado: el juego entraña graves riesgos que pueden quemar su vida en vez de encenderla.

Distinta es la situación para un amor que renace en el seno del matrimonio. Puede ocurrir que el “fuego” de los cónyuges se haya enfriado, sin llegar a consumirse, a causa de las preocupaciones, del trajín cotidiano, del enemigo invisible pero tremendo de la costumbre, factores que son compensados victoriosamente a veces por el halago de aparentes “novedades” exteriores… ¿Nos explicamos?

Es, desgraciadamente, un hecho muy frecuente, una cosa de todos los días en tantas y tantas parejas agotadas.

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Pero si el matrimonio, pese a sus lagunas y sus defectos, es una unión valiosa (por la estima, por el respeto recíproco, los intereses comunes, los hijos), si en el fondo de ellos mismos los cónyuges todavía quieren ser una pareja, constituir una familia, entonces el fuego no está apagado bajo las cenizas, sino atenuado y pronto arder otra vez, precisamente porque la unión está cimentada por esas preocupaciones, ese trajín, esas ansiedades y fatigas comunes que, en la superficie, parecían haberla gastado.

En vez de arrojar las armas, en lugar de resignarse pasivamente a ser v9217_190031741647_6219836_niejos cónyuges aburridos o distraídos o rencorosos, él y ella (diríamos sobre todo ella, que suele ser la más proclive a “dejarse estar”, a ser más mamá y ama de casa que esposa) deben hacerse todo lo posible por remover esas cenizas y hallar alguna brasa encendida de la que puede surgir una hermosa llamarada renovadora; pero es preciso “querer” renovarse, hace falta librar una batalla sin cuartel contra los hábitos despoetizantes, la chatura, la alineación, los rencores inútiles, las caras largas, y salir, con coraje y ternura, en busca de aquellos muchachos que una vez, en los días de luna de miel, tenían la poética certidumbre de que su fuego interior bastaría para iluminar y dar calor a toda su existencia, y a la existencia de sus hijos.

Arriba, pues, cónyuges cansados: revuelvan las cenizas. El renacer del amor en el matrimonio es no sólo deseable, sino posible.

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