lunes, 24 de marzo de 2014

El médico y el dentista tus mejores amigos

Hay una mezcla de prevenciones, temores y desidia, que de los adultos se transmiten a los niños y que cuando hay que llevar a éstos al profesional, resulta difícil convencerlos.

Cuántas veces hemos oído a una madre, que para aplacar los caprichos del hijo, le dice “Si no te callas, llamo al doctor y le digo que te ponga una inyección” ¡Con cuánta frecuencia padres incautos manifiestan su terror al dentista en presencia del niño, sin darse cuenta de que así comprometen la futura relación del niño con el profesional que ha de curarlo! De esta manera sólo se consigue que el médico se convierta en un ogro y el dentista en una mala persona, que se divierte lastimando a quien va a su consultorio.

El médico y el dentista tus mejores amigos

El niño es un ser confiado y dispuesto a creer todo cuanto usted le diga; depende entonces de su habilidad hacer de él una persona consciente de la importancia que tienen en su vida todos aquellos que pueden mejorar su salud física.

Por eso, cuando el pediatra viene a visitarlo, recíbalo alegremente y no se muestre agresiva aunque su hijo tenga mucha fiebre. Si de buena gana se echaría a llorar a la llegada del médico, a causa de la tensión nerviosa, trate de contenerse, pensando que de su serenidad depende la instauración de una relación de confianza entre el niño y el médico, que durará toda la vida.

Si su hijo se niega a abrir la boca para la exploración de la garganta, pídale al médico que le mire su propia garganta, con lo cual tranquilizará al niño. Cuando el médico se ha ido, demuestre su alegría por poder finalmente hacer algo para eliminar el mal que lo afligía. Si el niño tiene por lo menos un año y medio, cuéntele que el doctor ha leído muchos libros para aprender a curar a grandes y chicos y explíquele que hay que escuchar muy bien todo lo que dice. A un niño más grande, pídale colaboración para recordar todo lo que el médico ha indicado, para él o para el humano más pequeño.

Si tienes dudas, expréselas telefónicamente al médico y coméntelo con su marido, pero nunca en presencia del niño la duda suya en él se hará temor. Como regla, la mamá y, si es posible el papá, estarán junto al chico en tales trances; las pequeñas operaciones deben ser practicadas estando el niño sobre la falda materna.

Las inyecciones

Es muy probable que usted o alguno de la familia necesite darse inyecciones. En este caso, reciba a la enfermera sonriendo y explíquele tranquilamente al niño cómo se da una inyección y que ésta es indispensable para sentirse bien.

Aun en el caso de que esté aterrada, no muestre ante su hijo esa debilidad; simule hallarse serena y calmada, y no deje traslucir sus miedos.

Los exámenes radiográficos y radioscópicos

Si el niño requiere un examen radiográfico o radioscópico, prepárelo anímicamente una hora o dos antes de salir de casa. Dígale que el médico le sacará una foto de la pancita para ver si todo funciona bien; mientras lo viste, cuéntele que irán en colectivo o en automóvil a un lugar nuevo, donde hay médicos y enfermeras vestidos de blanco, que están en los sanatorios u hospitales para curar a las personas enfermas.

Háblele con naturalidad y franqueza, sin acentos dramáticos, y no se extienda demasiado. Puede que alguna vez tenga que ir a un hospital a sacarse las amígdalas, por ejemplo, y por lo tanto conviene que tenga una imagen apacible de estos lugares.

El dentista

Esto vale también para el dentista, de quien buena parte de la humanidad tiene aún una especie de terror, completamente injustificado en nuestros días.

Su consigue establecer una relación de confianza entre el niño y el dentista, usted también saldrá beneficiada; aprenderá poco a poco a eliminar esas expresiones de terror que precedían a sus visitas al profesional. Y si, de todos modos, cree que no podrá mostrarse fuerte y valiente durante una sesión que requiere un uso prolongado del torno y otros instrumentos, apele a un subterfugio: la primera vez que vaya al consultorio del dentista con su hijo haga una especie de cita ficticia. Póngase de acuerdo con él, explicándole que esa visita servirá únicamente para presentárselo al niño, que tarde o temprano también deberá recurrir a sus servicios. Hágase controlar la dentadura, y dígale a su hijo que ese señor de guardapolvo blanco es el doctor de la boca, así como el otro médico cura el cuerpo. Esta visita de presentación es muy importante, el primer dolo de diente del chico puede surgir de improviso y, en el momento del ataque, es bastante difícil lograr que acepte tranquilamente una cara nueva e instrumentos desconocidos. En estos casos, es necesario contarle por lo menos al pequeño un cuentito que le haga desear ir a ver a ese señor. Dígale, por ejemplo, que se le ha incrustado una piedrita en el diente y le provoca dolor, tal como le ocurrió a usted aquella vez. Dígale también que no se preocupe, que el dentista posee aparatitos especiales para extraérsela, cesando así el dolor. Trate de tranquilizarlo contándole también que el hijo de una amiga suya estuvo allí hace poco tiempo y que el dentista le sacó un dolor tan grande como el suyo.

Compréndalo. Dígale también, sin subrayar que puede ser un premio que se demoran poco tiempo en lo del dentista, después irán a la juguetería.

Para terminar, subrayaremos una vez más la gran importancia de presentarle al niño, con anticipación, tanto al médico como al dentista, para evitar que, en el momento crítico, constituyan motivo de traumas o miedos.

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