viernes, 21 de marzo de 2014

La caries y la alimentación

La mayoría de las personas se preocupa de su salud o de los órganos que componen su cuerpo sólo cuando su función se ve comprometida provisional o definitivamente. Y puede afirmarse que, de todos nuestros órganos, los que más descuidamos son los dientes. Existen, es verdad, muchas personas que se hacen cDSC04237 (480x640)ontrolar periódicamente o llevan a sus hijos al consultorio médico, pero no al del dentista, al que se va, por lo general, cuando es tarde o cuando el dolor es más fuerte que … el miedo.

En cuanto a los niños, hay una creencia generalizada de que no deben cuidarse los dientes de leche, por la sencilla razón de que serán reemplazados por los dientes definitivos. Esta suposición es errónea; los dientes de leche revisten su importancia, entre otras cosas, para “abrir paso” correctamente a los que vendrán después. Si los dientes definitivos encuentran una boca llena de caries corren el peligro de cariarse también.

Anatomía dental

Como siempre, para facilitar la comprensión de la patología dentaria, y en particular la caries, daremos unas nociones elementales de anatomía. El diente, independientemente de su forma y función (incisivos, caninos, molares), está formado por varias capas superpuestas, muy distintas entre sí. Si hiciéramos un corte longitudinal de un diente, veríamos hacia el exterior una capa superficial, que otorga el característico brillo al diente, y que se denomina esmalte. Más profundamente hallamos la dentina, un tejido muy semejante al hueso. La dentina envuelve totalmente la pulpa dental, en la cual, pasando a través de un orificio en correspondencia con el ápice de la raíz, se hunde la última terminación de un nervio sensitivo que conduce los estímulos dolorosos del diente al cerebro, o sea de la periferia al sistema nervioso central. Buena parte del diente está sólidamente soldada y encajada en el alvéolo dental de la mandíbula mediante una o más raíces. Si las raíces son múltiples, las ramificaciones nerviosas también serán más de una, como sucede por ejemplo en los molares. La parte que asoma fuera de la encía toma el nombre de corona y presenta una o más cúspides, según la función del diente (cortar, desgarrar, triturar).

Anatomía dental

Antes de hablar de la caries propiamente dicha, debemos tomar en consideración algunas afecciones menores de los dientes infantiles, que a menudo se confunden con la caries, cuando en realidad son otra cosa.

Por ejemplo, con mucha frecuencia el esmalte de los dientes de leche está sujeto a un desgaste precoz, debido a lo cual los dientes se ven mutilados, poco relucientes, más frágiles que lo normal, y de color amarillento. En el origen de esta afección está una anormal debilidad del esmalte. Lógicamente, en un diente tan disminuido, la caries puede atacar con más facilidad que en un diente normal, pero se trata entonces de un proceso secundario. Incluso cuando el esmalte permanece íntegro, los dientes infantiles pueden asumir coloraciones particulares. Por ejemplo, cuando por distintos motivos el recién nacido o el pequeño lactante ha sido tratado con un antibiótico mediante tetraciclinas, los dientes, ya desde el momento de su aparición, presentan un color amarillento típico varios antibióticos tienen la capacidad de alterar el color de los dientes.

Los lactantes anémicos, que han sido tratados imprudentemente con remedios que contienen hierro, también pueden presentar dientes con manchas negras que no tienen nada en común con las caries.

Las caries

Para poder establecer una relación clara entre la caries dental y el tipo de alimentación seguido en la crianza de un niño, habría que conocer con absoluta certidumbre las causas de la aparición de la caries. Desgraciadamente esto no es posible, y sólo pueden formularse algunas teorías más o menos convincentes.

Muy probablemente el esmalte del diente es atacado por algunos gérmenes particulares que viven y se reproducen normalmente en la cavidad bucal, como por ejemplo el lactobacilo acidófilo. Sigue sin explicación por qué muchos niños y gran número de adultos, si bien son portadores de estos microorganismos, son inmunes a la caries; por consiguiente, hay que admitir que el origen de la caries es imputable, al menos en parte, a una debilidad constitucional de los dientes en ciertos individuos.

Por el contrario, está demostrado que los lactobacilos, y muchos otros bacilos responsables de la caries, se desarrollan bien cuando entre diente y diente, o entre cúspide y cúspide del mismo diente, permanecen mucho tiempo (sobre todo por la noche) fragmentos de comida. En otras palabras, es significativo el hecho de que las localizaciones más frecuentes de las caries coinciden con los lugares en que, faltando una adecuada higiene bucal, el alimento tiende a depositarse más fácilmente. Los lactobacilos hallan su mejor terreno de cultivo en los alimentos ricos en azúcares solubles, y éste es el motivo por el cual pediatras y dentistas predican continuamente no dar demasiadas golosinas a los niños especialmente las gomas dulces de masticar.

El tratamiento

Ante todo, siempre conviene hacer revisar periódicamente la dentadura del niño por un buen dentista con experiencia pediátrica (y paciencia). En caso de que la caries se descubra demasiado tarde, vale la pena curar el diente de leche como si fuera permanente, para evitar en lo posible la extracción. Los niños pequeños, que de alguna manera aceptarán el torno, pueden ser sometidos a una ligera y muy fugaz anestesia general, que normalmente no presenta ningún inconveniente y permitir curar el diente cariado sin hacer sufrir al pequeño paciente. Suministrar calcio y vitamina D cuando los dientes ya han sido afectados por las caries no tiene sentido. A lo sumo servirá para reforzar los dientes permanentes que aún no han salido y aún ello es dudoso. Últimamente se ha observado que los habitantes de las regiones donde el agua es rica en sales de flúor presentan bajísimos porcentajes de dientes cariados. Por ese motivo, las autoridades sanitarias de muchos países agregan al agua potable estos útiles minerales, con resultados muy discutibles en la prevención de las caries.

Hasta los tres años (después de esta edad el niño debe acostumbrarse a cepillarse y enjuagarse cuidadosamente los dientes después de cada comida), al menos en teoría, el pequeño no debería recibir azúcar (caramelos y similares) fuera de las comidas principales; pero “del dicho al hecho… hay mucho trecho”, como bien dice el proverbio. Casi no hay mamá o papá que no sea demasiado indulgente cuando se trata de halagar el gusto de sus pequeños glotones.

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